Por ejemplo, las patatas bravas, que acá son elaboradas con las ricas papas colombianas amarillas, también llamadas criollas; los dumplings de lechona, una preparación de cerdo relleno típica del centro del país; o un espectacular ragú de conejo con sabor contundente gracias a su larguísima cocción, y que Pedro presenta entre arepitas boyacenses, como las que se comen típicamente en las mesas campesinas del altiplano andino.
El principio culinario de Nueve, según Pedro, es poner frente a los comensales los sabores que ya conocen, degustados en algún lugar o en algún momento de su vida, pero esta vez con algo diferente en su preparación o presentación que les sorprenda. Por ello, recorrer el menú resulta familiar para los colombianos, ya que está lleno de referencias a la cultura culinaria del país: morcilla criolla, migas de arepa, suero, chócolo, hogao, pandebono, envueltos… ¡hasta pega de arroz y tamalitos de pipián!
Pedro y su equipo llevan varios años alimentando un extenso menú de platos para compartir, con el objetivo de que los comensales prueben varias opciones y vivan así una experiencia completa. Además, en Nueve la oferta de vinos es enorme y de una calidad no muy frecuente en la ciudad, y todos se pueden ordenar por copa; al respecto, Pedro se ha esforzado bastante, “Vivo del vino, soy un freak del vino”, dice, y el resultado es tal, que algunas etiquetas de las que disponen no se encuentran en ningún otro lugar de Bogotá.
“Si algo bueno nos dejó la pandemia —dice Pedro, empinando con gusto un petit sirah californiano— es que la mesa volvió a ser el sitio de reunión de la familia, nos volvimos a encontrar para comer, y de eso se trata Nueve.”